En la lluviosa tarde de este viernes 23 de abril, la triste noticia recibida, se hace más triste todavía. Como si alguien aplastara en mi alma, una tras otra, a todas las hojas moribundas del otoño. 

Sucede que a cierta edad, empiezan a escurrirse de las manos los recuerdos de los días felices, las miradas y las voces de los rostros queridos, las anécdotas y momentos compartidos con amigos.

Y sucede que Adrián era mi amigo. Al menos, así lo sentí desde que nos conocimos, una mañana de junio de 1998, en el comedor del viejo Colegio de Abogados de la Pcia. Aquel apretón de manos nos unió para siempre por los caminos de la Colegiación.

Porque Adrián era “de los míos”. O yo, de “los de él”. Porque entendimos la militancia colegial como servicio, como un acto de entrega generosa, alejado de intenciones que nada tuvieran que ver con los principios y objetivos de la abogacía organizada.

Y Adrián dio todo por la Colegiación. La antepuso a su Estudio y a su propia familia. El Colegio de Dolores era su casa. Su desvelo. Su motivo de lucha. Su orgullo ¡Qué ejemplo para quienes buscan en nuestros espacios un sitio para proyectarse políticamente o conseguir que se abran puertas mostrando una tarjeta con escudo!               

Su estilo de conducción estuvo distante de cualquier soberbia. Un modo casi campechano, abierto y de lenguaje sencillo lo hizo un dirigente querido y respetado.          

Ocurre también que aquel apretón de manos, nos condujo por otros senderos de la existencia. Los afectos. El bufete. Las preocupaciones. Y los sueños. Con una capacidad organizativa asombrosa, Adrián estaba presente para el día de la amistad, para el del abogado, para el cumpleaños, para Navidad. Mi celular sabe bien de lo que hablo.

Adrián se fue Presidente. Ahora es Presidente eterno. Largamente, lo merece. Quizás, en el fondo de su corazón, atesoraba este íntimo deseo. Jamás lo imaginé a un costado del camino, alejado del lugar que tanto y tanto amó.

Por eso, en esta tarde lluviosa, en la soledad del Estudio, la noticia es más triste todavía. Como si alguien aplastara en mi alma, a todas las hojas moribundas del otoño.

Sucede, en fin, que Adrián era mi amigo.

                                                                                                              Horacio Alberto Vero


Fuente: Dr. Vero