Por Juan Carlos Alongi y Atilio O. Diorio
¡Cuánto se ha dicho y escrito sobre ese ser llamado tiempo! Y es que no podemos evadirnos de ser atrapados por su atracción irresistible. Se comprueba esto en plurales momentos de nuestra existencia: se ve en nuestros rostros, en nuestros cuerpos y en nuestra identidad integral.
Va de por si, entonces, que la afinidad que mantenemos con él es íntima. Al punto que el tiempo habita en nosotros. En cambio nosotros no lo habitamos. Por ese andarivel de observación , accedemos a que no resulta ocioso sentar que no lo habitamos porque no lo podemos dominar.
El thema que nos congrega, recepciona por lo demás el saber que los humanos no disponemos de ningún poder sobre el tiempo. Subrayemos que somos ignaros tocante a de qué está hecho y por tal indubitativo corolario, no nos es factible definirlo. Lo recién predicho, conduce a derivar nuestra brújula de inquietud intelectiva al pensamiento del egregio astrónomo Camille Flammarion. Quién nos legó: «El tiempo es el elemento más misterioso, más difícil de concebir por el espíritu humano. Es imposible definirlo. Es el reloj que avanza en la soledad».
A más de lo referido, entendemos que se presenta insoslayable recordar que todo ser humano es conciente en cuanto, el transcurso de lo temporal inexorablemente nos transporta a penetrar al área de la muerte.
Aquí damos el finiquito a este opus señalando que , por cierto, el asunto que se brinda en ser su objeto, ofrece muchas más aristas para ser aludidas. Aguardamos que así podamos concretarlo en su oportunidad. Tal acarrea la necesidad de proporcionar como adelanto aquello que expresara Donato Carrisi: «Se nos enseña a contar los segundos, los minutos, las horas, los días, los años . . . Pero nadie nos explica el valor de un instante» (L` ipotesis del male).
Fuente: Diorio - Alongi